Recuerdos I
El cazador francés y el rebelde inglés. (parte 1)
Ser el menor de cinco hermanos no era una experiencia
agradable para el joven Arthur, sus padres tuvieron demasiado trabajo para
criar a los cuatro primeros y ya no les quedaban fuerzas para el pequeño
consentido. Además, la diferencia de edad era bastante y el menor de los
Kirkland al poco tiempo se convirtió en
un muchacho descarriado que a los doce años ya tenía problemas, incluso, con la
ley. A los catorce ya fumaba y bebía cerveza con otros chicos como él,
autodenominados punk y anarquistas, en los callejones de Londres, robaba a
gente descuidada y a los quince probo por primera vez las drogas.
Vivía la vida al extremo y sus padres ya no encontraban
manera de enderezar su camino, sus hermanos, bastante mayores que él,
decidieron hacer como que no existía y dejaron de preocuparse cuando
desaparecía por días, hasta semanas. Abandono la escuela y tenía trabajos
esporádicos en los que no duraba mucho, terminaba huyendo cuando robaba dinero
o especias para su vicio.
Fue en una de esas reuniones con sus amigos, todos tan
ebrios y colocados como él, que decidieron irse de ese país y conocer nuevas
tierras, Arthur, como menor de edad, no podía salir sin la autorización de sus
padres pero de algún modo de las arreglo para falsificar los papeles necesarios
y tomar el dinero necesario para los pasajes de ida a Estados unidos. Nunca
supo si sus padres lamentaron su huida o si se aliviaron por la desaparición
del conflictivo muchachito.
En Norteamérica vivió en los peores barrios, probo de todas
las drogas disponibles y a los dieciocho años estuvo varias semanas en la
cárcel acusado de robos pequeños y por drogas. Nada parecía sacarlo de ese
agujero en donde estaba hundido.
Hasta el día en que, junto a un grupo de amigos, jugaron a
pasar la noche en un asilo abandonado.
Francis Antoine Bonnefoy era el orgulloso primer hijo de la
famosa familia de cazadores franceses Bonnefoy; a diferencia de la mayor parte
de los cazadores del mundo él pertenecía a una larga estirpe que se remontaba
hasta dos siglos atrás. Desde pequeño fue entrenado y educado para continuar
con la tradición familiar y el chico se sentía orgulloso por eso. Tenía un
amplio conocimiento en el manejo de las armas y en la lucha cuerpo a cuerpo, sabía
todo lo que se pudiera saber sobre las criaturas e pesadilla contra las que
luchaban y, a pesar de su corta edad, había terminado con éxito una buena
cantidad de casos en su país natal.
Las familias de cazadores, como los Bonnefoy, mantenían una
extensa red de contactos alrededor del mundo que les permitía mantenerse al día
sobre todo lo relacionado con nuevos casos, armas y criaturas. Cualquier dato
sobre nuevas maneras de atacar, guaridas, alimentación y victimas de cada
monstruo conocido era archivado, estudiado y enseñado a las nuevas
generaciones; fue en uno de esos contactos que se enteraron de un muchacho
alemán que se dedicaba a entrenar a jóvenes cazadores. Eso no era muy usual y
despertó la curiosidad de la familia quienes decidieron enviar a Francis hasta
Estados Unidos y ver qué es lo que ese chico tenía que ofrecer, además,
serviría como experiencia para el muchacho, las criaturas no siempre eran las
mismas o se comportaban de la misma manera en distintas partes y serviría mucho
para aprender técnicas nuevas.
Y así fue que un emocionado Francis partió rumbo a USA, país
más joven y muy diferente a su tierra natal. Gracias al dinero que le dieran se
compró un automóvil, pero no cualquiera ni parecidos a los pequeños que
utilizaba en Francia, no señor, se compró un clásico, Chevrolet impala de
mediados de los años sesenta, color negro y en perfecto estado. Con el condujo
hasta el sitio donde el chico alemán tenía su casa.
Conocer a Ludwig Beilschmidt fue toda una aventura, al
principio no lo trató de buena manera pero con el tiempo se fueron haciendo
amigos y comenzaron a compartir e
intercambiar información. Al parecer el alemán había perdido a alguien
importante antes de entrar al mundo de la caza, factor común entre la mayoría
de los cazadores que conoció, pero una enfermedad a los huesos, que debió
matarlo de niño pero de la que recupero casi por completo misteriosamente, le
impedía cazar como los demás. Aun así utilizó las enseñanzas que le inculco su
hermano mayor sobre el entrenamiento militar para enseñarles a otros y
prepararlos lo mejor posible. También conoció a la novia del desaparecido
hermano mayor, una húngara preciosa de nombre Elizabetha quien abrió un bar de
carretera que con el tiempo se convirtió en el sitio obligado de reunión de los
cazadores del país. Se sabía que allí se encontraba información, buena comida,
bebida y un lugar donde quedarse para recuperarse de las heridas. Allí también
vivía un señorito austriaco quien tuvo la suerte de salvarse de un ataque de
hombre lobo y quien decidió utilizar sus fondos, era un respetado concertista, para
ayudar en lo que más pudiera a evitar nuevos ataques; no era un cazador
propiamente tal pero si se encargaba de proveer dinero para algunas cosas y
ayudar a esconder gente cuando la policía se inmiscuía un poco más de lo que
debería. Al poco tiempo Francis se hizo amigo de todos ellos y compartían
gratos momentos después de cazar.
Ahí fue que entero de lo que sucedió con Gilbert, el hermano
mayor de Ludwig, historia que lo sorprendió sobremanera debido a que las
criaturas involucradas pertenecían a lo más profundo y peligroso del mundo
sobrenatural. Fue allí también donde la ofrecieron tomar el caso que cambiaría
su vida para siempre.
- Hay un asilo abandonado del que siempre oyen rumores de
que está encantado.- le contó la húngara.- normalmente no tomamos en cuanta
casos en lo que nadie salga herido pero nos llego la información de que los
jóvenes están tomando por costumbre pasar las noches en ese sitio y ya ha
habido reportes de varios avistamientos peligrosos. Lo que menos queremos es un
montón de chicos muertos o peor, algunos de esos seudo”cazadores de fantasmas”
que con sus cámaras y rituales ridículos provoquen al fantasma y lo vuelvan
agresivo.- lo miró fijamente.- ¿qué te parece tomar el caso, Francis?
El chico francés estaba falto de práctica, a pesar de que
casos no faltaban él no había viajado mucho y había priorizado el aprender e
investigar junto a Ludwig y su equipo pero su cuerpo extrañaba la adrenalina de
un caso.
- Acepto.- dijo el chico con su ingles afrancesado.- será un
caso sencillo.
Viajar hasta la ciudad en la que se encontraba el viejo
edificio lo le costó mucho, el alemán era bastante bueno en trazar rutas y dar
indicaciones. Además, la ciudad en si no era muy grande.
Se alojo en un motel de carretera bastante decente donde
paso los dos primeros días reuniendo información de manera casual. Su aspecto
atractivo y su comportamiento no despertaron sospechas sobre sus intenciones y
le abrieron muchas puertas a información más confidencial. Se entero, por
ejemplo, de que un grupo de los autodenominados “Cazadores de fantasmas” había
llegado para hacer un programa especial en el “Asilo abandonado del terror” pero
fueron despachado, no en buenos términos, por la asociación de monumentos y
reliquias de la ciudad pero aun ellos, con todos sus recursos, no eran capaces
de controlar a los muchos jovencitos que se metían, noches si noches no, para
realizar distintas actividades, siendo la más común la prueba de valentía.
Entre sus paseos por la ciudad se topó un par de veces con un grupo de chicos
que no parecían ser del pueblo, pero no les tomó mucha atención, seguro era
otro grupo más de délinquants que pasarían la noche en el calabozo del pueblo y
luego desaparecerían rumbo a otro lugar. No valía la pena tomarles atención.
Suerte para él que decidiera ir esa misma noche al asilo.
Entrar fue sencillo, al parecer monumentos y reliquias no
tenía presupuesto para candados y cadenas así que no tuvo que forzar nada. Dentro
no era nada del otro mundo, aunque a él en realidad pocas cosas lo asombraban,
su abuelo lo había enviado a Poveglia cuando aún era un chiquillo y nada podría
jamás compararse a esa experiencia. Avanzo por los pasillos con su arma lista
para disparar pero no notaba nada extraño, incluso su lector de frecuencias
electromagnéticas no daba señales… hasta que escuchó los gritos.
Pasar la noche en ese asilo al principio no le dio buena
espina, no es que fuera un cobarde pero tan solo poner un pie en ese lugar lo
mareó y le dieron ganas de salir corriendo. Solo la promesa de buena droga y
abundante alcohol lo hicieron seguir a los demás. Internamente sospechaba que
todos se sentían igual, las bromas y las conversaciones cesaron de inmediato en
cuanto cruzaron la reja de entrada; parecía como que el edificio, con sus
ventanas rotas y sus paredes sucias, se les lanzara encima aplastándolos,
ahogándolos y a la vez llamándolos, obligándolos a entrar y perderse en sus
entrañas. A pesar de eso todos entraron, reticentes según lo que el inglés
podía ver, y se acomodaron en un vieja sala llena de camastros mohosos. Luego
de dos rondas de pitillos lo lúgubre del sitio salió de sus cabezas y solo se
dedicaron a reír y decir incoherencias producto de la droga. Un par de ellos
comenzó a manosearse, cosa que no era extraña, que crujió bajo su peso, los
demás no les tomó atención, era mejor mantenerse en sus propios mundos
coloridos llenos de humo.
- ¡Qué mierda! – exclamó uno de los dos amantes, los otros
se voltearon a mirarlos confundidos.- ¡Juro que algo me agarro el tobillo! – Agrego
alejándose de la camilla en la que estaba y donde aún quedaba su pareja a torso
desnudo.- no se qué mierda fue pero no fue gracioso.- el otro chico, al darse
cuenta de que la fiesta no seguía comenzó a levantarse de la camilla pero no
pudo, algo o alguien lo sujetaba desde abajo. Perplejo observo como unas manos
putrefactas surgían desde debajo de la camilla sujetándolo con mucha fuerza.
Grito, grito fuerte y desesperado mientras manoteaba
tratando de liberarse mientras Arthur y los demás, aterrados, se quedaban
paralizados en el lugar sin atinar a hacer nada. No fue hasta que vieron los
primero hilos de sangre salir de entre sus ropas, lo que fuera que lo agarraba
estaba comenzando a romper la piel con sus uñas.
- ¡Ayuda! – el grito desgarrado de su amigo los hizo
reaccionar, por más que forcejeara no lograba zafarse de las manos que lo
desgarraban lentamente. No todos se acercaron a él pero Arthur fue uno de los
que comenzó a luchar por quitarlo de allí, fuera lo que fuera era fuerte, más
que ellos al menos y enterraba mas sus uñas en la piel del chico provocando que
las heridas se agradaran mas con cada tirón que daban tratando de liberarlo.
- No podemos.- gruño
el inglés desistiendo de tirar.- esa cosa no te suelta.- uno de ellos, el más
grande de todos, comenzó a dar patadas a la camilla hasta que logro volcarla,
con ello las manos fantasmales soltaron al chico.
-¡Vámonos de aquí! – ordenó entonces el mismo chico
agarrando lo mejor que pudo al herido y arrastrándolo a la salida.- ¡Apúrense!
– grito casi al llegar pero un vidrio, venido de quien sabe dónde, cortó
limpiamente su cuello. Su cabeza cayó al suelo sin que se notara en su
expresión que diera cuenta que había muerto. Fue tan rápido que algunos de
ellos no alcanzaron a darse cuenta hasta que vieron caer el pesado cuerpo al
piso y rodearse de sangre.
El chico que cargaba cayó al suelo también pero se puso de
pie, como pudo, y comenzó a retroceder alejándose del cuerpo, gritando. Se
apoyo en una pared a sus espaldas mientras hiperventilaba, los otros chicos
pudieron ver como las putrefactas manos de la camilla surgían ahora de la pared
y tomaban su garganta desgarrándola con sus largas uñas inhumanas. El cuerpo
sin vida de su amigo cayó al piso desparramado mientras la sangre salía a
borbotones de su destrozado cuello.
La pareja del chico grito desesperado corriendo hasta el
cuerpo y arrodillándose junto a él, tomó cabeza del chico entre sus manos
llamándolo. Los demás iban a acercarse pero una horrible figura se materializo
a su lado, la espectral figura de una mujer con el pelo enmarañado, el rostro
amoratado, la ropa sucia y rota, los pies descalzos. Era la viva imagen de una
mujer muerta tiempo atrás, un fantasma putrefacto.
Arthur no podía creer lo que estaba viendo, era un fantasma
real, o alguien demasiado bien maquillado, de sus largos y esqueléticos dedos
aun corría la sangre de su amigo, su rostro se caía a pedazos, podía verse el
amarillento hueso en algunas partes, la mueca en su boca era de maldad pura y
verla le heló la sangre. No supo cómo pero se vio pateando una puerta, que no
sabía que estaba allí, tratando de huir. Sus compañeros a, su espalda, gritaban
pero él no quiso volvetarse a ver si era de terror o dolor.
La puerta cedió a los golpes y el británico corrió rumbo a
lo que, el recordaba, era el camino de salida. De sus amigos ni se preocupó,
iba lucido y aterrado, la adrenalina a full, solo quería salir de allí.
Casi grita cuando, al doblar una esquina, se encontró frente
a frente con un tipo rubio que cargaba una escopeta. Cayó sentado al piso
mirándolo con ojos desorbitados de terror.
- Mon deu petit lapin.- exclamo el desconocido con un
cargado acento francés.- Calme, no voy a lastimarte.- le dijo rápido viendo
como el pobre chico temblaba como una hoja.- pero primero dime que paso.
A trompicones y tartamudeando nervioso Arthur le contó a
grandes rasgos lo que había sucedido sin ocultar nada, sentía como la lucidez
volvía a él y se sentía cada momento más aterrado.
- ¿Qué es esa cosa? ¿Qué mierda está pasando aquí? –
pregunta luego de ponerse de pie.
- No creo que quieras saberlo, garçon.- le responde aunque
él también tenía sus dudas, por más que sabía que era un caso no esperaba
encontrarse con lo que vio una vez siguió el camino de vuelta por donde había
escapado el británico.
Trozos, solo eso quedaba de los amigos del chico, machas de
sangre en paredes y piso, miembros desparramados por todo el lugar y el
metálico olor de la sangre infestándolo todo con su hedor de muerte. Francis se
vio obligado a retroceder un paso debido a la terrible escena; un jadeo a sus
espaldas le indico que el joven inglés también había visto lo mismo.
- Debería irte de aquí.- le dice con un marcado acento
francés.- ¡esto no es un spectacle! – Agrega levantando el arma.- es
peligroso.- quería, necesitaba que el chico se fuera de allí, ya era bastante
difícil enfrentarse a un ser sobrenatural como para tener que preocuparse de un
chiquillo aterrado.
- ¡Ni lo sueñes! – Grita el menor con voz temblorosa.- Eran
mis amigos, no me iré sin hacer nada.- a pesar de no saber bien lo que pasada y
no estar en sus cinco sentidos debido a la droga su sangre hervía de rabia por
lo sucedido. Y por su cobardía de no haber estado allí y ayudarlos.
- No pienso hacerme
cargo de ti.- le espeta con fuerza.- si eres una carga te dejare morir aquí.-
continúa molesto, estaba acostumbrado a que la gente saliera corriendo en
cuanto él daba la orden, por algo era el cazador experimentado y el héroe de la
historia pero un mocoso que apenas sabe como abrocharse los zapatos se estaba
haciendo el valiente y empezaba a cabrearlo.- ¿y qué pretendes hacer con las mains
nues.- agrega mirándolo. Saca de su bolso un machete de acero.- el acero los
lastima.- le dice.- podrás protegerte con eso.
El rubio de cortos cabellos asiente tomando entre sus manos
el mellado machete, a simple vista no parecía tener nada especial que lo
hiciera un arma eficaz contra lo que él había visto atacar a sus amigos.
- ¿Estás seguro de que esto puede hacerle daño? – pregunto
curioso, el galo solo bufó.
- Créeme, aquí yo soy el expert.- le dice con una
encantadora sonrisa que el menor no se esperaba y que le robó la respiración
por un segundo.- vamos.
Comenzaron a avanzar por el pasillo evitando pisar los
restos de los infortunados chicos; todo estaba en silencio, tal cual como debía
estar pero ambos se sentían tensos y vigilados.
Solo fue una especie de gruñido pero a ambos les heló la
sangre. Se voltearon rápidamente blandiendo las armas que poseían, el más joven
aterrorizado por lo que veía y el mayor tratando de mantener la compostura pero
igualmente asustado.
*Continuara*